lunes, 16 de marzo de 2009
José Soto Soto, El Gran: José Mercé

José Soto Soto, más conocido como José Mercé (su apellido artístico supone un homenaje a los años en que cantaba en el coro de la Basílica de la Merced, en su ciudad natal), nació en Jerez de la Frontera en 1955, concretamente en el barrio de Santiago. Bisnieto de Paco Luz y sobrino de Manuel Soto, siempre ha respirado flamenco por los cuatro costados. Con sólo 13 años se marchó a Madrid, donde empezó a acompañar a bailaores como Mario Maya, Carmen Mora y El Güito, tras lo cual Antonio Gades le incorporó a la compañía de bailaores con la que recorrió Europa y buena parte de América. Mercé colaboró con Gades entre 1973 y 1987, participando asimismo en las películas “Bodas de sangre” y “Flamencos”, de Carlos Saura. En 1983 grabó “Verde junco” junto a Tomatito y Enrique de Melchor, al que seguirá en 1987 “Caminos reales del cante”. En 1991 se superó a si mismo con “Hondas raíces”, y tres años después, en 1994, publicó “Desnudando el alma”. Sin embargo, fue en 1998 cuando su carrera artística dio un importante giro, cuando grabó el álbum “Del amanecer” junto al guitarrista Vicente Amigo. Aquel disco ofreció una imagen renovada del arte flamenco que se complementó en 2000 con “Aire” y posteriormente con “Lío” en 2002, un álbum que el propio Mercé define como “un disco hecho con el corazón”, en el que contó con la colaboración, entre otros, de Enrique de Melchor. Más recientemente, en 2004, presentó “Confí de Fuá”, un álbum en el que mostraba todo un alarde de dominio cantaor a través de una mezcla de canciones y el cante más auténtico.
El gran guitarrista "Moraíto Chico"

Para conocer a Moraíto Chico hay que situarse primero en los años cincuenta y sesenta, en Andalucía. Décadas preñadas de artistas que asumían buena parte de su rodaje en los corrales: Terremoto, El Serna o el Borrico, entre otros. Manuel Moreno Junquera (1955) nació en pleno corazón del barrio de Santiago, en la calle Sangre. Un pulmón flamenco jerezano nutrido de patios de vecinos en los que las puertas siempre están abiertas de par en par.
Las penurias y los avatares a los que se enfrentaban los gitanos por aquel entonces eran combatidos, casi a diario, con sentido del humor y, a ser posible, a base de reuniones flamencas. Cualquier excusa era buena para que saltase la llama del cante. Existían en aquellos tiempos dos tipos de cantaores. Estaban los artistas, que se ganaban la vida sobre los tablaos flamencos de la época, recorriendo las ventas o prestando su garganta a las fiestas de los señoritos, en bautizos o veladas privadas. Y, en el mismo orden, figuraban los "aficionados". A éstos, a diferencia de los primeros, no les hacía tanta falta el dinero, pero eran cantaores por derecho propio. Demostraban sus dotes en los tabancos o en los encuentros que les servían para retozarse en lo más jondo. No obstante, ambas categorías iban de la mano en las juergas flamencas nocturnas -muchos gitanos están convencidos de que no podrá saber de flamenco aquel que no se haya emborrachado ochocientas veces con los artistas- o los corrales, donde fluía cante, baile y toque como un torrente que a menudo inundaba las calles de Santiago. En esta corriente se zambulló Moraíto Chico, como tantos otros, prendado por el arte que manipulaban sus mayores a su antojo.
Su familia y la guitarra son una misma cosa. Basta citar a su tío Manuel Morao como ejemplo. Este fue de los primeros tocaores que se atrevió, con sumo acierto, a agregar técnica e inventiva de su propia cosecha a los cuatro acordes que a la sazón se habían convertido en el "abc" de la guitarra durante las décadas anteriores.
Como si se tratase de un juego, Moraíto, recién cumplidos los quince, se apostó a sí mismo que tendría que mejorar la técnica de sus allegados y amigos. Gracias a su timidez y a su talante humilde siempre fue bien recibido por los flamencos, y su guitarra, a pasos agigantados, no tardaría en abrirse un hueco entre las fiestas más punteras. Pronto serían los propios artistas los que se rifasen su peculiar soniquete. Ese que, como él mismo afirma, lleva siempre en los bolsillos. Paco Cepero o Parrilla de Jerez serían, entre otros, las cepas de las que bebería su toque en sus comienzos. Su atención también se desviaría a un tocaor que sacaba especial brillo a su sonanta: Paco de Lucía.
Así las cosas, y como si se tratase de una senda cuyo recorrido estuviese marcado, Moraíto empezó a conocer el país tocando para las figuras del cante que le salían al paso. Sería más fácil enumerar a los cantaores que no contaron con su compañía que al contrario. Los inicios le marcaron tanto en su profesión como en su personalidad. Para ganarse el jornal, en infinidad de ocasiones, había que asaltar el sueño, en mitad de la noche, para atender a los caprichos de no pocos señoritos. Cuestión que tarda en cicatrizar. El circuito de festivales apenas daba para llenar el estómago y el flamenco no se atrevía aún a reclamar los derechos que le habían sido negados desde sus orígenes.
El son de Moraíto parecía tocado por la Divina Providencia aunque nadie supiese explicar el por qué. ¿Cuál era su secreto?. La receta no se desvela en sus dos trabajos en solitario: "Morao, Morao" y "Morao y Oro", pese a que el hombre introvertido sobre los escenarios siempre deje en el aire un escalofrío agradable. Una sensación de genialidad que escapaba a razonamientos variopintos. El tocaor jerezano nunca se salió de los cuatro costados del cante jondo para acompañarlo y, sin embargo, satisfizo sus anhelos de abrir fronteras con buenas dosis de imaginación y un gusto exquisito. No ha destacado por sus picados inverosímiles o sus arpegios increíbles, pese a que el techo de su técnica no encuentra fin. Moraíto, curiosamente, ha sabido rebuscar en sus adentros dónde se encuentra el misterio de la sencillez. Defiende la virtud del silencio para tocar con sinceridad, gracia y temple. Opta siempre por el juego. Aboga por el salero versus la técnica insufrible. El ángel por encima de todo.
Los resultados no tardaron en asomarse. Sus contratiempos, los regates al compás y sus remates alocados le marcarían para siempre y le ayudarían a ser grande sin menospreciar el flamenco. Del remate de la soleá dicen que nació la bulería. ¿Cuántas "pataítas" ven la luz cuando el tocaor de Santiago apuntala por fiesta? El duende sería el primero en ponerse a sus pies, ya que no se haya entre la prima y el bordón, sino en los espíritus aventureros, aquellos que se lanzan al vacío sin una red que les proteja. Confiando en quedar suspendidos en el aire.
Precisamente, éste es el título del álbum que ha grabado junto a José Mercé y Tino di Geraldo, guiados todos por Isidro Muñoz: "Aire". Un trabajo en el que deja su tarjeta de visita con sus primeros acordes. Un reto que ha asumido sin complejos, participando en todos los temas y dejando su musicalidad patente en unos fandangos que saben a "gloria" y en unas falsetas que ponen firme a la soleá bautizada como "El café". Cuatro primeras notas y... ¡Ahí está su tintineo inconfundible! Sus admiradores lo reconocerán al momento, pese a las imágenes, como la de la contraportada, con las que ilustra el disco compacto. Aparenta estar pasado del cante, de las juergas y de las noches en vela poniendo música a las cuerdas musicales más privilegiadas del panorama jondo.
En realidad, así es.
María Dolores Flores Ruiz, "La Faraona" una gran artista.

María Dolores Flores Ruiz (21 de enero de 1923, Jerez de la Frontera - 16 de mayo de 1995, Madrid), más conocida por el nombre artístico de Lola Flores, cantante de copla, bailaora y actriz española reconocida por su temperamento y personalidad artística como «La Faraona».
Lola Flores nació en el barrio flamenco de San Miguel, en Jerez de la Frontera, en la provincia de Cádiz, cuna del flamenco, el vino y los caballos. concretamente en el número 45 de la calle Sol, calle muy conocida en la capital del flamenco, como buena Jerezana era una enamorada del flamenco y el baile, siendo del barrio de San Miguel no le faltaron noches flamencas en las que sus ojos de arte captaban los mejores cantes y bailes, lo que hizo que desde niña bailara y cantara en la taberna que tenía su padre, Pedro Flores, conocido como «el Comino», y antes de los doce años ya era reconocida como bailaora en los ambientes artísticos jerezanos. Entonces cantaba canciones de Concha Piquer y de Estrellita Castro, siendo esta última un gran ídolo de Lola.
Gran amiga de Alejandro Avila y Tamara Mariscal, con los que compartía escenario cantando "La chochomora". Su relación se rompió temporalmente debido a envidias profesionales, pero en los últimos años Lola y Alejandro volvieron a ser amigos, hasta la muerte. Actualmente Alejandro dedica parte de su vida a difundir sus canciones junto a su comadre Dolores Vargas.
En 1939, con 16 años, debutó en el Teatro Villamarta de Jerez en el espectáculo Luces de España que encabezaba la pareja de baile formada por Rafael Ortega y Custodia Marchena y el guitarrista Melchor de Marchena. Lola Flores cantaba Bautizá con manzanilla.
Tuvo sus mayores éxitos como pareja artística de Manolo Caracol, con quien trabajó hasta 1951. En 1958 se casó con el guitarrista Antonio González Batista, El Pescaílla, con quien tendría tres hijos: Dolores, más conocida como Lolita, Antonio y Rosario. Los tres se dedicarían al mundo de la canción, así como su hermana Carmen Flores. Tuvo relaciones también con el futbolista del F.C. Barcelona Gustavo Biosca.
De fuerte temperamento y presencia, entre 1939 y 1992 apareció en diversas películas, en las que solía hacer el papel de gitana. Entre ellas resalta todo un clásico del cine español de los 40: Embrujo (1947, Carlos Serrano de Osma), drama musical donde acompaña a su pareja sentimental y artística de aquel momento, Manolo Caracol. Entre sus films folclóricos de los años 50 destacan el exitoso Morena clara (1954, Luis Lucia) versionando el célebre film de 1934, y en compañía de Fernando Fernán Gómez, El duende de Jerez (1953) y Maria de la O (1959), que supone su primera película con Antonio González «El Pescaílla». Otras películas recordadas son La hermana San Sulpicio (1962) y sus populares dramones mexicanos tipo La faraona (1955) o Sueños de oro (1958).
Casa Flora (1972, Ramón Fernández) y Una señora estupenda (1972, Julio Coll) son sus dos cintas más salvables en plena época de la comedia española pre-destape; su papelito haciendo casi de sí misma en la reseñable pero algo sobrevalorada comedia Truhanes (1983, Miguel Hermoso) o su participación en la cinta documental rodada para la Expo de Sevilla Sevillanas (1992, Carlos Saura), junto a algunos de los grandes nombres del flamenco en general.
De entre su profesión, es muy conocida su amistad con dos artistas folclóricas y actrices cinematográficas también famosas y compañeras de generación, con las que compartió giras musicales por Hispanoamerica: Carmen Sevilla y Paquita Rico, con las que actuó en un film no muy brillante: El balcón de la luna (1952, Luis Saslavsky).
Su extraordinario temperamento venció las reticencias de los críticos más puristas, que cuestionaban su voz y la ortodoxia de su baile. Actuó en el Madison Square Garden de Nueva York, y se recuerda una famosa crítica tras el estreno: «No sabe cantar, no sabe bailar, no se la pierdan».
En 1962 recibió el Lazo de Dama de Isabel la Católica y en 1967 fue premiada con la medalla de oro del Círculo de Bellas Artes.
Murió en su residencia de El Lerele el 16 de mayo de 1995 a los 72 años. La causa fue un cáncer de mama que le había sido diagnosticado en 1972. Su capilla ardiente quedó instalada en el Centro Cultural de la Villa, actual Teatro Fernán Gómez de Madrid, en la plaza de Colón. En un ataúd abierto y amortajada con una mantilla blanca, fue conducida hasta el Cementerio de la Almudena en Madrid donde sería sepultada. Catorce días después de su muerte, su hijo Antonio fue encontrado muerto en la residencia familiar de El Lerele. Presumiblemente, la causa de su muerte fue una sobredosis de narcóticos. Fue enterrado junto a su madre.
lunes, 9 de marzo de 2009
Juan Peña Fernández "El Lebrijano"

JUAN PEÑA FERNANDEZ es un gitano particular, desde su aspecto -es rubio con ojos azules-, hasta su idea de flamenco como obra musical que globaliza y hermana a dos culturas que convivían en la antigua Al-Andalus. Nació en Lebrija en 1941. Estimado como el mayor heredero moderno de la tradición gitano-andaluza. Cantaor, miembro de una familia gitana y cantaora de abolengo, la de Perrate de Utrera, a la que pertenece su madre, María la Perrata.
Bernardo Peña, su padre, tratante de ganado y que no ejercía ninguna faceta del flamenco, era muy aficionado y respetado entre ellos. Juan Peña El Lebrijano comenzó muy jovén como guitarrista, pero al hacerse evidentes sus posibilidades como cantaor a raíz de su triunfo en el concurso de Mairena del Alcor (1.964), decidió dedicarse en exclusividad al cante. Uno de los primeros trabajos importantes como tal fue con Antonio Gades, en cuya compañia estuvo varios años cantando para bailar.
El Lebrijano atrajo desde siempre la atención de los aficionados y estudiosos, que intuían en él un cantaor fuera de lo común, y el tiempo no les defraudaría. Fue enseguida considerado uno de los mejores cantaores de este tiempo, pues a su voz redonda y de hermoso timbre, unía una afición y un conocimiento que le permitían estudiar e interpretar con maestría los más diferentes estilos. Además vivía intensamente el cante en su propia familia, lo que era fundamental.
La familia de los Perrate, a la que pertenece Juan Peña por vía materna, es una institución flamenca. En ella aprendió desde niño los secretos del cante, a ver el flamenco como una forma de vida, como una concepción del mundo. Dotado de una voz impresionante y matemático sentido del compás, además de una gran afición, El Lebrijano irrumpió en le mundo del cante, hace más de tres décadas, con una fuerza arrolladora. En poco tiempo cosechó infinidad de premios y su disco "Persecución" sirvió como enganche para muchos nuevos aficionados.
Pronto tuvo la oportunidad de grabar, y sus primeros discos fueron por añadidura de una gran calidad. Más de treinta grabaciones, acompañado por Niño Ricardo, Manolo Sanlucar, Juan Habichuela..., le erigen en el adelantado del vanguardismo más sustancial, lo que provoca que Gabriel García Marquez escribiera:
"Cuando Lebrijano canta, se moja el agua"
Otra faceta digna de resaltar en este cantaor, es que conociendo tan profundamente el cante ortodoxo, su inquietud artística le llevó a buscar la introducción de algunas innovaciones -lo que él llama melismas de refreso- en un arte habitualmente encorsetado por la tradición inamovible que defienden los puristas. En sus primeros tiempos también estuvo muy influenciado por el magisterio de Mairena.
Él entiende que es necesario aportar al flamenco un abanico musical más amplio, porque solamente así podrán extenderse los horizontes de este arte único en el mundo: "cada uno estamos intentando hacer nuestra música dentro del flamenco. Somos conscientes de que como no le demos un nuevo giro, dentro de su mismo contexto, el flamenco se queda muy corto. Para exportarlo hace falta darle nuevas fórmulas, porque el cante básico esta hecho, lo hemos grabado todos veinte veces. Entonces, si todo lo que sabemos lo podemos interpretar de otra manera más asequible a oídos que no están acostumbrados a oir flamenco, pienso que es importante que lo hagamos". "También es necesario un ambiente, una tertulia... Si no se emborracha uno, si no te duele el cante, se pierde la esencia. Lo que queda es una cosa técnica, fría. El flamenco es otra cosa".
Cabecera de cartel de los más importantes festivales, refleja su presencia activa e inexcusable en los nuevos rumbos que el flamenco tomó a partir del decenio de los setenta, ya sea con la recreación de estilos perdidos en el tiempo, ya con significativas aproximaciones a otros lenguajes que llenaron un vacio receptivo y vagamente descontento por reiterativo, como la evidencia de ser el primer cantaor que lleva el flamenco al Teatro Real de Madrid (1.979), y con dimensión didáctica por todas las Universidades de Andalucía (1.993-1.994), a más de crear espectáculos tal que Persecución (1.976), Reencuentro (1.983), ¡Tierra! (1.992). Con todo, el maestro de Lebrija, como ya hiciera con La palabra de Dios a un gitano (1.972). Donde llevó por vez primera el mundo sinfónico al flamenco, o el nuevo camino, que junto a la Orquesta Andalusí de Tánger, abrió al mundo arábigo andaluz en Encuentro (1.985), sobrepasa en Casablanca (1.998), álbum que se sitúa entre En directo (1.997), Lagrimas de Cera (1.999), y todo lo que un artista de su capacidad y talento creador había ya dado de sí en obras precedentes.
Tiene el título de Excelentisimo Señor, al otorgarle en 1997 el Ministerio de Cultura la Medalla de Oro al Trabajo
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